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La Reina de las Mentiras. 1º Sesión. De cómo se reunieron los héroes

Brost, en la región de Amn, es un pueblo que sobrevive básicamente gracias a encontrarse en una ruta comercial. Se encuentra en una zona habitada principalmente por elfos y humanos, y ésta es la gente que se ve normalmente en sus tabernas. Hoy, sin embargo, en una de estas tabernas, hay unos clientes que destacan, llamando la atención por encima del bullicio general que hay. En una mesa con dos jarras de hidromiel y una de cerveza se distingue a un enano y dos humanos. Comparten sus bebidas mientras esperan en tensión. El enano, de aspecto recio y firme viste una armadura completa con el símbolo de uno de los dioses enanos, Hela. Apoyada en la mesa, junto a él, se alza magnifica una gran hacha que refleja la poca luz que entra en el lugar. Sin duda ha quitado muchas vidas. De los dos humanos que le acompañan, uno luce en su armadura un grabado peculiar de un hacha envuelta en llamas. En sus 

Brost, en la región de Amn, es un pueblo que sobrevive básicamente gracias a encontrarse en una ruta comercial. Se encuentra en una zona habitada principalmente por elfos y humanos, y ésta es la gente que se ve normalmente en sus tabernas. Hoy, sin embargo, en una de estas tabernas, hay unos clientes que destacan, llamando la atención por encima del bullicio general que hay. En una mesa con dos jarras de hidromiel y una de cerveza se distingue a un enano y dos humanos. Comparten sus bebidas mientras esperan en tensión. El enano, de aspecto recio y firme viste una armadura completa con el símbolo de uno de los dioses enanos, Hela. Apoyada en la mesa, junto a él, se alza magnifica una gran hacha que refleja la poca luz que entra en el lugar. Sin duda ha quitado muchas vidas. De los dos humanos que le acompañan, uno luce en su armadura un grabado peculiar de un hacha envuelta en llamas. En sus ojos se aprecia el fuego de la batalla, ha vivido mil guerras y de todas ha salido victorioso. El tercero, otro humano, llama la atención por su porte majestuoso, su carismático rostro y su elegancia. De su cuello cuelga un medallón de plata que representa una cruz inscrita en dos círculos concéntricos: en todo Faerûn se reconoce así a San Cuthbert, el dios de la justicia, y sin lugar a dudas el joven que porta su símbolo no es sino un paladín que lucha por el bien y el equilibrio. Los tres tienen una misión: en sus ciudades han estado asaltando y saqueando los templos, y sus superiores los han enviado a Brost, donde está ocurriendo lo mismo, a encontrarse con dos elfos, hombre y mujer, para compartir la información que ambos tienen e intentar así resolver el misterio y poner fin a estos ataques.

Se abre la puerta de la taberna y entran dos humanos. Un hombre de aspecto lúgubre, envuelto en una túnica negra y embozado en su capa. Lleva la capucha puesta, y desprende un halo de misterio embriagador. Toma asiento en una mesa del fondo. Junto a él, una humana joven y bella. Lleva una parte del pelo recogido y llama la atención el tocado de pinchos que presenta. Va armada, espada a la cintura, ballesta a la espalda, pero sus armas son poco habituales. Se desprende de su abrigo de cuero y deja al descubierto un pañuelo negro alrededor de su cuello y un colgante con una nota musical y la sonrisa de Olidammara, el dios festivo. Piden vino y beben tranquilos. Apenas hablan. Lo más probable es que hayan coincidido en alguna de las caravanas que hace escala en la ciudad.

De nuevo se abre la puerta del local. Hoy esta siendo más concurrido que de costumbre. En el umbral se encuentra una hermosa elfa de cabello azabache que lleva, además de estoque y arco, un laúd colgando a su espalda. Tiene cara de pocos amigos, y lanza una mirada de desprecio y altivez a toda la taberna. Tras ella, otro elfo de pelo negro vestido con una armadura de cuero y portando un impresionante arco, además de unos cuantos bultos pertenecientes a la elfa. Su cara refleja aburrimiento y resignación: lleva soportando a la mujer bastante tiempo, y esta cansado de aguantarla.

El paladín se levanta de la mesa y, cortésmente les invita a tomar asiento en su mesa: ambos coinciden con la descripción que han recibido. La elfa le ladra una negativa y se dirige a la barra, pero se congela en mitad del camino. Vuelve la vista a la mesa y comprueba que sus ocupantes bien podrían ser las personas que está buscando. Descubre que su compañero ya se ha encaminado hacia la mesa, toma la misma dirección y ambos se sientan. Antes de hablar de lo que les lleva allí, se suceden las presentaciones: la elfa, Efaile, barda, y su acompañante, Juann, arquero y explorador.
De los tres que les esperaban, el enano, Abdul, y el humano de mirada de fuego, Dragan, ambos clérigos de la guerra, y el otro humano, Wulfrig, paladín de San Cuthbert como ya se imaginaba.

Antes de que tengan tiempo de empezar a charlar sobre los asuntos que les conciernen, dos soldados irrumpen en la taberna
-¡El puesto de guardia ha sido atacado! ¡Lo han arrasado!
Tras dar la alarma prosiguen su camino de puerta en puerta alertando a la ciudad.
Wulfrig, sin dudarlo, sale corriendo e invoca a su corcel de guerra procedente de otro plano y comienza a galopar hacia el lugar. Sus compañeros le imitan, montando sus respectivos caballos y dirigiéndose al puesto de guardia.
Los dos humanos sentados al fondo les siguen, más por curiosidad que por otra cosa.
Aproximadamente un par de horas a caballo después llegan a lo que ahora son los restos de una torre de guardia. Parte de las paredes y el techo están derruidos. Desmontan y, salvo la humana, todos entran. Lo que encuentran es un panorama desolador: muertos por todas partes, carbonizados o probablemente mordidos. Aun se escuchan gemidos y lamentos. Los dos clérigos se dirigen hacia él. Tiene medio cuerpo chamuscado, y el otro medio no está en condiciones mucho mejores. Agonizante, muere en los brazos de los dos que le acompañaban, mientras el paladín, junto a ellos en posición defensiva, les cubre, escudo en mano, de lo que pueda aparecer. Era demasiado tarde para él.
La elfa está colérica. No tolera que algo así haya ocurrido. Mientras, su compañero examina el lugar, rastrea cada huella que encuentra: hay marcas de garras y, al parecer, de fuego, por todas partes. El humano encapuchado examina los cadáveres. “Medio cuerpo no me sirve…” El humano que atendió al herido le pregunta, alarmado.
La explicación que recibe es sorprendente: al parecer, debido a los tiempos que corren, el encapuchado se dedica a vender la carne que encuentra, tanto da que sea animal como que no.
Al poco, la humana aparece en el interior de la torre. Ha estado merodeando por los alrededores, pero no ha encontrado nada relevante. No se inmuta ante el panorama que encuentra. Registra un par de cuerpos y se dirige a los barracones que hay al fondo.

De repente, se escucha una risa infantil. Encima de una de las murallas hay un chico de unos dieciséis años. Parece divertido por el espectáculo de la muerte y la desolación que allí reina.
Los reunidos le increpan a bajar, éste no es un lugar para niños. No parece que eso le preocupe. Les dice que llegan tarde. Viste una túnica negra y sus ojos denotan maldad. Es un niño raro. La elfa no para de gritarle y todos están extrañados. El paladín se dirige a los barracones, donde se encuentra la humana, para comprobar que allí dentro no hay peligro y que se encuentra bien. Parece que dentro todos están muertos también. Ella simplemente se limita a inspeccionar el lugar.
Le informa de que va a regresar a la aldea para dar parte de lo ocurrido. Monta de nuevo en su flamante caballo de batalla y se pierde en la distancia.
El niño parece querer ponerles a prueba, y hace entrar a una pequeña horda de kobolds. En ese momento queda claro que el encapuchado es un mago. Lanza una bola de fuego que acaba con todos ellos de forma inmediata. Parece que al chico eso no le ha sentado muy bien. Su expresión cambia, y su cuerpo se transforma. Ahora no hay un niño en la muralla, sino un dragón negro que, aunque juvenil, es toda una amenaza. Cada uno se dispone a hacer lo que mejor sabe, pero el dragón no deja de volar y de desplazarse. Lo único que sirve con él son los ataques a distancia. Aunque no deja de hacer pasadas a la elfa, el mago y el otro humano, y pese a que nunca han luchado juntos, se compenetran a la perfección. El mago no cesa en sus ataques mágicos, poniendo realmente nervioso al dragón. La elfa ataca con su arco y, al mismo tiempo, entona una canción. A todos se les enaltece el alma. Es una melodía realmente inspiradora, sus ataques son más certeros, más dolorosos. Sin lugar a dudas es una barda. El clérigo humano también ataca con magia, concedida por los dioses, el poder divino, mientras su compañero enano recorre el pequeño espacio convertido en campo de batalla sanando a los que han sufrido daño. Dos clerigos compenetrados y competentes. Los dioses cuidan de este grupo. El elfo se parapeta como puede. Es, como se puede comprobar de las heridas del dragón, un excelente arquero. Cada flecha que lanza es un misil que perfora las duras escamas y llega hasta la carne. La humana saca una ballesta muy particular. Con cada disparo, cambia de sitio. No todos sus virotes dan, pero los que hacen blanco también perforan al dragón. No es tanto su habilidad como la capacidad de esconderse y atacar sin que la esperen lo que hace que sus golpes sean potentes. Salta a la legua por su agilidad que es una pícara.
Pese a su superioridad, el dragón no es rival para el grupo. Después de recibir numerosos daños, cae fulminado finalmente por una flecha del elfo.
Todos han luchado bien. Los clérigos se dedican a curar las heridas provocadas en los ahora compañeros de fatigas. La elfa se ensaña con el dragón. Descarga su cólera a patadas contra éste. El mago, por su parte, le arranca uno de los ojos y lo guarda. Entre todos recogen algunas escamas del enorme reptil. Es posible que consigan un buen precio por ellas. El mago y la pícara se presentan: él es Karedel, y ella Lysan.

Deciden volver a Brost y emprenden camino hacia Elmanese, una ciudad élfica.
A su llegada, encuentran que el templo ha sido saqueado, una parte de los que estaban en él han sido asesinados, y la otra parte capturados como rehenes o esclavos.
Parece ser que el enemigo al que se enfrentan son los drows, elfos oscuros habitantes de la infraoscuridad, criaturas despreciables, mezquinas, crueles y muy hábiles.
Aunque cada uno tenía una misión distinta, parece que el destino ha querido unirlos:
el misterioso mago busca algo, y al parecer es posible que el lugar en que se encuentra esté próximo al que se dirigen el resto.
La humana, según explica, busca los orígenes de una extraña espada, heredada de su padre y forjada por elfos, probablemente, en ese mismo lugar. Y al parecer uno de los secuestrados podría tener la información que ella anhela.
El resto trata de defender sus hogares: los cinco se reunieron por el mismo problema y ahora por fin han averiguado quienes son los culpables.

Un elfo anciano, que se desvive por su ciudad, es quien les ayuda a planear los pasos del camino que les aguarda. Les explica como entrar en la infraoscuridad y como están dispuestos los caminos hacia Ul-Drakan, la ciudad drow a la que deben dirigirse.
Les cuenta que la líder de esta ciudad es Ale Volenz, matrona de la casa Vrama. Su consorte siempre la acompaña.
Les cuenta también la disposición de la ciudad una vez den con ella: algo antes de llegar hay una torre de vigilancia escondida en enormes telarañas. Una vez en la ciudad hay una torre central en la que se encuentran los poderosos y la élite. En unas cuevas, en la otra punta, se encuentran las jaulas con los esclavos, y en ellas hay una puerta que lleva a los guardianes.
Tienen esta información gracias a una elfa capturada por los drows que consiguió escapar. Dado que, por unos u otros intereses, van a salvar a su pueblo, les ofrece una recompensa de doce mil piezas de oro, y en el momento les entrega mil. Les desea suerte.

Esa noche descansan. Partirán al día siguiente.